Mujeres contra mujeres: El auge de las líderes antifeministas y su impacto en la lucha por la igualdad
- Marta Fernández Martínez
- 8 mar
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 9 mar
Desde hace años, hemos evidenciado una preocupante tendencia dentro de la política internacional: el ascenso de mujeres antifeministas a posiciones de poder en diversos países del mundo. Figuras como Giorgia Meloni en Italia, Marine le Pen en Francia y Alice Weidel en Alemania se han consolidado como líderes de partidos de extrema derecha en los que sistemáticamente se promueven discursos de odio que pretenden socavar los derechos de las mujeres y otros colectivos vulnerables. Estas mujeres empoderadas se incluyen dentro de las ideologías machistas como resultado de una estrategia calculada por parte de los sectores conservadores y de ultraderecha para aparentar una falsa inclusión mientras que perpetúan el sistema patriarcal y discriminatorio.
En este contexto, la extrema derecha ha encontrado en las mujeres anti-feministas una herramienta eficaz para limpiar su imagen y presentarse como partidos modernos y abiertos (hecho que también es usado al incluir a personas de color o racializadas para extender discursos xenófobos y racistas, tomen por ejemplo a Ignacio Garriga con el partido español Vox). Colocar a mujeres al frente del partido es únicamente una desviación de atención a sus políticas restrictivas y regresivas para las mujeres. Además, las mencionadas líderes actúan como cómplices de un sistema que utiliza el género para legitimar discursos opresivos.
Las mujeres anti-feministas han podido consolidar su poder en parte gracias a que su mensaje resuena entre sectores de la sociedad que se sienten amenazados por todo lo que sea progresista. El feminismo, como movimiento transformador, busca desmantelar estructuras de poder opresivas y encontrar una igualdad real en la sociedad, lo que genera resistencia en aquellos que se benefician de este sistema discriminatorio. Entienden que el feminismo les va a arrebatar sus privilegios y van a pasar a un rol de subordinación.
En este sentido, las líderes anti-feministas capitalizan este miedo al cambio, presentadose como defensoras de un “orden natural” que en realidad es el sistema patriarcal opresor. Igualmente utilizan un discurso que criminaliza al feminismo y lo culpa de dividir la sociedad y menospreciar a las mujeres que eligen roles tradicionales. Un mensaje que a pesar de ser una falacia, resulta atractivo a quienes se sienten excluidos del movimiento feminista.

Lo irónico es que estas mujeres líderes en ningún momento admiten que si no fuera por el feminismo no habrían podido llegar a acceder a esas posiciones de poder, pues gracias a las activistas feministas los espacios para participación política se abrieron a las mujeres. Lo que resulta paradójico, pues a diferencia de las mujeres feministas o de izquierdas, las mujeres de extrema derecha logran ascender con relativa facilidad a puestos de poder en política debido a varios factores.
Por un lado, las mujeres feministas tienen un enfoque disruptivo ya que suelen desafiar abiertamente las estructuras de poder establecidas, lo que las convierte en un blanco de ataques y deslegitimación por parte de los sectores conservadores e incluso mediáticos. En este sentido las feministas son percibidas como una amenaza hacia las élites tradicionales, lo que dificulta que sean apoyadas tanto política como financieramente y que no puedan competir en igualdad de condiciones. Asimismo, debemos mencionar el doble estándar existente para evaluar a las mujeres en política. Pues, las líderes anti-feministas son celebradas por su “fortaleza” y “determinación” mientras que por contra las mujeres feministas son consideradas “radicales” o “divisivas”. Al mismo tiempo las mujeres anti-feministas son un símbolo en sí de lo que debe ser una mujer para el sistema patriarcal, pues aunque llegue a puestos de poder, su misión principal es siempre asegurar la hegemonía de la figura masculina y no variar el status quo.
Da igual si luego en la práctica estas mujeres no siguen esos roles tradicionales pues con que perpetúen el mensaje parece ser suficiente para las hordas de votantes de la extrema derecha.
Un claro ejemplo de esta contradicción es el caso de Alice Weidel, una mujer abiertamente lesbiana cuya pareja es originaria de Sri Lanka y con quien comparte la crianza de dos hijos. Este modelo de vida, que contrasta abiertamente con los valores tradicionales y el discurso político de su partido, Alternativa para Alemania, ha sido pasado por alto por sus militantes. Este hecho evidencia la estrategia de falsa inclusión utilizada por el partido, priorizando intereses políticos sobre la coherencia ideológica.
Otro ejemplo emblemático es Giorgi Meloni, líder del partido Hermanos de Italia y presidenta del Consejo de Ministros de Italia, contiene una agenda política marcada por la oposición al derecho al aborto, la defensa de la familia tradicional y la promoción de valores ultraconservadores que limitan la autonomía de las mujeres y sin embargo en 2023 se separó de su marido, convirtiéndose en una de aquellas familias monoparentales que tanto había criticado y estigmatizado.
De igual manera, destacamos el caso de Marine Le Pen, líder de la Agrupación Nacional en Francia, un partido tradicionalmente dominado por hombres. Bajo su dirección, una mujer dos veces divorciada y que lleva ocho años conviviendo con su "mejor amiga", se han impulsado políticas antiinmigración, anti europeístas y contrarias a los derechos sociales, alineándose con discursos populistas y discriminatorios.

Ante este panorama internacional, es necesaria una representación política auténtica y comprometida con la igualdad. No debemos caer en el discurso barato de que por que haya una mujer al cargo, los derechos de las mujeres van a ser más protegidos. A pesar de lo que algunos sectores de la sociedad opinen, el feminismo no busca imponer una única forma de ser mujer o criminalizar a los hombres, sino garantizar que mujeres y hombres puedan convivir en equidad. Es por ello, que es crucial que las mujeres en política no solo ocupen espacios, sino que esos espacios sean utilizados para desafiar las estructuras de poder que perpetúan las discriminaciones.
Además, es crucial fomentar una mayor comprensión de la política en la sociedad y de lo que realmente votamos. La mayoría de los votantes de la extrema derecha desconocen en profundidad las implicaciones y los detalles de las agendas de los partidos que apoyan. Por ejemplo, en Estados Unidos, muchas mujeres conservadoras respaldaron las políticas republicanas de Trump, atraídas por una falsa promesa de seguridad frente a la violencia sexual, basada en la criminalización del colectivo LGTBIQ+. Sin embargo, más tarde, ese mismo partido se negó a condenar a depredadores sexuales condenados que formaban parte de sus filas. Este tipo de contradicciones revelan cómo la extrema derecha utiliza una especie de "click-bait" estratégico, captando la atención del votante medio con ideas impactantes y simplistas, pero a menudo alejadas de la realidad.
Estas narrativas se aprovechan del descontento social —crisis económicas, desempleo, falta de bienestar— para ofrecer soluciones aparentemente claras y directas, pero carentes de fundamento. El votante, frustrado y enfadado, se aferra a estas consignas sin profundizar en su trasfondo o en sus posibles consecuencias. Un ejemplo claro es la idea de que la inseguridad de las mujeres se resolvería impidiendo que las personas trans compartan espacios como baños públicos con mujeres cis, ignorando por completo los datos que señalan que la mayoría de los agresores sexuales son hombres cis. Una vez en el poder, estas políticas no solo no abordan el problema real de la violencia sexual, sino que perpetúan un sistema que sigue protegiendo a los agresores mientras se margina aún más a las mujeres trans, obligándolas a usar baños y prisiones masculinas, invisibilizándolas y exponiéndolas a mayores riesgos.

De este modo, la extrema derecha construye su discurso sobre ideas simplistas y emocionales que resuenan en un contexto de malestar social, pero que carecen de soluciones reales. Una vez en el poder, estas promesas se revelan como meras herramientas de manipulación, mientras se mantienen intactas las estructuras de opresión y desigualdad que realmente alimentan los problemas que dicen combatir.
En conclusión, el fenómeno de las mujeres antifeministas en el poder es una clara muestra de cómo la extrema derecha se adapta para mantener su influencia. Utilizan a mujeres y otros colectivos para aparentar inclusión, mientras promueven agendas llenas de odio. Frente a esto, es urgente fortalecer un feminismo interseccional que promueva políticas genuinas y transformadoras. El verdadero progresismo no lo debemos medir bajo la falsa ilusión de la representatividad sino mediante los compromisos reales con la justicia y la igualdad.
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