¿Es buena idea hacer rodar cabezas?
- Pablo Díaz Gayoso
- 2 mar
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 3 mar
El pasado viernes 27 de septiembre las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF, por sus siglas en inglés) lanzaron un ataque aéreo sobre uno de los barrios más poblados de Beirut, capital del Líbano. El objetivo del ataque no era otro que el Secretario General de Hezbollah, Hassan Nasrallah. Su muerte fue anunciada por las IDF y confirmada posteriormente por la propia Hezbollah al día siguiente. Su asesinato se suma al de Ismail Haniyeh, exlíder de la rama política de Hamás a final de julio de 2024 en Teherán mientras atendía a la toma de posesión del nuevo Presidente de la República de Irán tras la muerte de Ebrahim Raisi como ya hablamos en El momento "Carrero Blanco" que está viviendo Irán. Estos atentados reavivan la polémica medida de la decapitación de las organizaciones terroristas. A continuación veremos si más allá de ser una medida moralmente cuestionable, ya que no está alineada ni con el Derecho procesal ni con los Derechos Humanos, es una opción válida para acabar con la organización.

Existe la idea general de que atacar directamente a la cabeza de una organización terrorista es el mejor camino posible para acabar con ella. Esta idea nace de la interpretación de que lo que mueve a un grupo de personas a ejercer el terror contra la población civil mediante el uso de la violencia armada es la existencia de un líder carismático. Ese líder, que posee unas cualidades extraordinarias, es lo que sostiene a toda una organización que puede ir de unas pocas decenas a miles de miembros. La capacidad de atracción, reclutamiento y retención de "talento" del líder se pone en el centro, pero ¿las organizaciones terroristas dependen tanto de su élite?
Para responder a esa pregunta vamos a ver detalladamente si la política de acabar con el líder de una organización terrorista (por su asesinato o su detención) ayuda a terminar con el grupo terrorista o no. Para ello vamos a comparar los casos donde se decapitaron organizaciones terroristas y que resultados dio. Desde la Segunda Guerra Mundial hasta la invasión de Iraq por parte de EEUU, se produjeron casi 300 decapitaciones de cerca de 100 organizaciones. Para empezar vamos a determinar si una decapitación ha sido exitosa como aquella que ha provocado que dicha organización se acabó disolviendo a consecuencia de la misma.

Como podemos ver en la gráfica, la decapitación no es una medida que sea especialmente efectiva para conseguir el fin del terrorismo. Sin embargo, dentro de la ineficacia global, existe una ligera ventaja si se opta por el asesinato (30,77%) del líder frente al encarcelamiento (21,43%). Atendiendo a que esta es una estadística general de todos los tipos de organizaciones terroristas; es una variable que requiere de una mayor precisión para ver mejor el caso actual. De los grandes tipos de terrorismo podemos considerar tres grandes tipos por la influencia que han tenido en la segunda mitad del s.XX. El primero es el ideológico de izquierdas (Brigadas Rojas, RAF, etc), el nacionalista-separatista (IRA, ETA, etc) y el religioso, especialmente el yihadista (Al-Qaeda, DAESH o Hezbollah).

Ahora viendo estos datos podemos ver como la efectividad de la polémica medida es aún inferior. Para las organizaciones religiosas-yihadistas la destrucción del grupo por decapitación es residual (4,31%); la inmensa mayoría sobrevive a su líder. En el caso de Hezbollah es una organización islamista chií que cuenta con más de 30 años de actividad, una membresía de decenas de miles de militantes, implementación local, regional y global, e incluso presencia en el Parlamento libanés siendo tercera fuerza. Las posibilidades de que con el asesinato de Hassan Nasrallah y su cúpula paramilitar, se vaya a acabar con Hezbollah es una posibilidad, pero es remota.
Lo que sí puede ocurrir es que el "éxito" de la decapitación se mida, no en la desaparición del grupo, si no en que se mantenga inactivo durante un tiempo. El crear una situación de caos entre las filas del grupo armado, donde se rompa la cadena de mando y la jerarquía es difusa y mientras a nivel operacional se puede generar una lucha de poder interno que neutralice la actividad exterior del grupo. Al tiempo es una medida arriesgada porque la decapitación de un líder problemático puede resultar en la multiplicación de líderes problemáticos, e incluso más radicales que el primero; y sobra decir que en Oriente Medio no hacen falta más radicales.
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